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domingo, 1 de noviembre de 2009

PRINCIPIOS DE FE 4ª Parte : PRINCIPIO DE CLARIDAD

Dios te bendiga!!.

Siempre que alguien se acercó a Jesús para recibir algo de él, lo hizo sabiendo exactamente lo que quería.

Esto que parece ser a primera vista obvio, es un principio inmutable de fe, y, al no estar presente, llega ser uno de los más grandes obstáculos que encuentra Dios para derramar sus promesas sobre nosotros. No sabemos lo que queremos, estamos divididos en nuestro corazón, y finalmente no tenemos claridad.
Si vamos a recibir de Dios necesitamos tener claridad.
Este principio podría haber sido trabajado en primer lugar, pues necesitamos claridad como despegue para nuestro creer, pero teniendo el contexto de los otros principios ya trabajados: mandamiento–promesa, compromiso y anticipación, el principio de claridad adquirirá mayor apoyo y fuerza en los anteriores.
Cuando hablamos del principio de claridad, hablamos de dos aspectos fundamentales:

1 - CLARIDAD EN LA PROMESA Y EL MANDAMIENTO
Si vamos a recibir de Dios necesitamos saber qué está disponible de parte de Dios y cómo recibirlo.
Esto nos remite nuevamente al principio trabajado en la primera parte: mandamiento – promesa.
Hay cosas que están disponibles de parte de Dios y hay otras que simplemente no lo están.
Aquello disponible de parte de Dios se descubre en la Biblia, específicamente en las promesas declaradas en ella para nosotros.
Pero no sólo Dios nos declara sus promesas para que sepamos qué está disponible, sino además nos muestra el camino para recibirlas con sus mandamientos.
La primera epístola de Juan es inequívoca cuando habla de recibir por fe:
1 Juan 5:14

Y esta es la confianza que tenemos en él [el hijo de Dios], que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye.


Si nosotros vamos a Jesús y pedimos alguna cosa, nuestra confianza descansa en que estamos pidiendo conforme a su voluntad.
Yo podría estar pidiendo algo que no está disponible y orar hasta caer extenuado sin recibir respuesta ¿Qué pasó? Simplemente, no había ninguna promesa que respaldara mi petición.
Necesitamos estar claros en las promesas de Dios, pues ellas son su voluntad.
Jesús hizo siempre la voluntad de Dios, así que lo que Jesús promete, es lo que Dios promete, lo que Jesús respalda es lo que el Padre respalda.
El versículo siguiente involucra otro principio de fe:

1 Juan 5:15

Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa [conforme a su voluntad] que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho.

Aquí está el principio de anticipación, no dice que tendremos las peticiones, sino que ya las tenemos, pues cuando Dios lo declaró, fue sí en Cristo y al pedirlo con fe, Él tiene nuestro amén.
Recordemos que nuestro amén es la declaración propia de fe en la veracidad de Dios declarada y en su fidelidad para cumplirla. Es por esto que Juan dice:

1 Juan 5:10-12

10 El que cree en el Hijo de Dios, tiene el testimonio en sí mismo; el que no cree a Dios, le ha hecho [considerado] mentiroso, porque no ha creído en el testimonio que Dios ha dado acerca de su Hijo.
11 Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo.
12 El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida.

Algunas personas se enojan al leer esté versículo o se indignan si alguien se los menciona, por la radicalidad con la que están expresados.
De hecho, lo he escuchado poco en las prédicas cristianas.
Las palabras de Juan no admiten otro camino, no admiten otra verdad, ni otro Dios, ni otro Salvador.
Declara la promesa y el único mandamiento que abre la puerta a recibirla.
Básicamente todo ser humano alberga el clamor de corazón de vivir para siempre.
Sobre este clamor se han edificado las religiones del mundo. Juan dice: hay una promesa de Dios que nos habilita a recibir el don de la vida eterna, la promesa más grande que Dios nos haya hecho, y hay un mandamiento que lo hace efectivo: Creer el testimonio que Dios ha dado acerca de su hijo, a saber, que es el Señor y que Dios lo levanto de entre los muertos (Romanos 10:9).
El tema que nos ocupa es el entendimiento de los principios de fe para recibir las promesas de Dios, así que tomaremos como ejemplo el principio que desarrolla Juan, pues se cumple para cada promesa de Dios.
Supongamos que yo deseo la vida eterna, tengo el clamor genuino en mi corazón de algo bueno, algo que es la voluntad de Dios para la gente. Supongamos que en mi búsqueda de la vida eterna me involucro en cualquier movimiento espiritual que no considera a Jesús como Señor ni acredita su resurrección.
Según la Biblia, al faltar mi “amén”, esto es, mi declaración propia que de fe en la veracidad de Dios acerca del testimonio que Él ha dado acerca de su hijo y la fidelidad de Dios para cumplir su promesa por ese camino, la promesa no se cumple y no tengo la vida.
De aquí la importancia de predicar el evangelio en todo tiempo, que es dar voces en el mundo acerca de la verdad de Dios y de su fidelidad para respaldarla con su poder.
Lo mismo es con toda promesa de Dios.
Yo estoy esclavizado económicamente, sin recursos, sufriendo escasez material, y pido a Dios liberación, lo cual es su voluntad declarada en 3ª Juan 2.

Entonces me dirijo a un casino y busco que la suerte me acompañe para prosperar.
El deseo es genuino, pero el camino errado.
La promesa está, pero se ha ignorado el mandamiento.
Según Isaías 65:11 los juegos de azar representados en “Fortuna” y “Destino” (términos incluso muy utilizados hoy en los juegos de azar), no son el camino de Dios, más aún, son cosas que Él detesta.
Podrá eventualmente aparecer algún resultado, pero el balance final será dolor.
Si buscamos prosperidad genuina de Dios, debemos adherirnos a los mandamientos de Dios para tal fin, los cuales involucran trabajar honestamente, ser generoso con los pobres y reconocer a Dios con ofrendas para su obra.
Así es con cada promesa, hay mandamientos específicos que nos habilitan a recibir las promesas específicas.
La Biblia se constituye así en nuestra fuente primera
para conocer qué está disponible de parte de Dios y cómo recibirlo.
El segundo aspecto fundamental en el principio de claridad es el que tiene que ver, no con el “sí” de Dios, sino con nuestro “amén”:

2 - CLARIDAD EN LO QUE NOSOTROS QUEREMOS
Sorprendentemente es aquí donde muchos fallamos.
Sabemos lo que Dios quiere, aún sabemos cómo recibirlo, pero la pregunta es… ¿sabemos nosotros lo que queremos?
Cuando nuestros deseos se alinean con los anhelos de Dios, cuando nuestro amén fluye con el sí de Dios… las respuestas llueven sobre nosotros.
Aquí no hablamos sólo de la claridad de Dios en sus promesas y mandamientos sino de nuestra claridad en lo que nosotros queremos.
Dios declaró el clamor de su corazón para su pueblo de esta manera:

Deuteronomio 5:29

¡Quién diera que tuviesen tal corazón, que me temiesen y guardasen todos los días todos mis mandamientos, para que a ellos y a sus hijos les fuese bien para siempre!

Casi podemos oír la voz de Dios al leer este versículo expresando su profundo deseo de poder bendecir a su pueblo sin reservas.
Cuando los que somos suyos guardamos sus mandamientos recibimos las fuentes de bendiciones preparadas para nosotros que se resume en la promesa “que nos vaya bien para siempre”.
Dios quiere, el punto ahora es lo que nosotros queremos.

Dios quiere darle vida eterna ¿usted quiere recibirla?

Dios quiere sanarlo ¿usted quiere sanarse?

Dios quiere prosperarlo ¿usted lo quiere?

Jesús está a la puerta y llama ¿usted quiere cenar con él?

Sucede que a veces no sabemos muy bien que pedirle a Dios, no sabemos muy bien lo que queremos, no terminamos de tener convicción, la enorme cantidad de destellos que el mundo nos presenta nos divide notablemente.
El término griego que el Nuevo Testamento utiliza para este fenómeno es: merimna, un derivado de merizo que literalmente es ser atraído en diferentes direcciones.
Merimna, se traduce generalmente como preocupación y afán.
Es la palabra que utiliza Lucas al mencionar la respuesta de Jesús a Marta que estaba limpiando la casa mientras él estaba conversando con su hermana María.
Marta se enojó y le dijo a Jesús que tome cuidado de la situación, ella estaba trabajando y su hermana sólo se dedicaba a escucharlo a él:

Lucas 10:41,42

41 Respondiendo Jesús, le dijo: Marta, Marta, afanada [merimnao] y turbada estás con muchas cosas.
42 Pero sólo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada.

Afanada con “muchas cosas”… pero solo “una cosa” es necesaria.
Las muchas cosas nos bifurcan el corazón, lo dividen en fragmentos más pequeños y con menos poder, con menos claridad.
Marta estaba funcionando en automático, como lo hacemos nosotros a menudo, haciendo, haciendo, haciendo… ¿para qué?... no lo sabemos, pero hay que hacer.
Y pasa Jesús por casa y ni siquiera podemos sentarnos a sus pies a escucharlo.
Viene a nuestra puerta y llama pero hay tantas cosas en nuestra cabeza que no lo escuchamos y se queda afuera.
Principio de claridad: un corazón enfocado en una sola cosa es clave para recibir de Dios.

EJEMPLO PRÁCTICO DEL PRINCIPIO
Veamos un registro en los evangelios donde el principio de claridad se hará evidente ante nuestros ojos, de manera que nosotros también podamos ponerlo en práctica y al igual que aquellos que se acercaron a él, encontremos lo que buscamos:

Mateo 8:5-8

5 Entrando Jesús en Capernaum, vino a él un centurión, rogándole,
6 y diciendo: Señor, mi criado está postrado en casa, paralítico, gravemente atormentado.
7 Y Jesús le dijo: Yo iré y le sanaré.
8 Respondió el centurión y dijo: Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; solamente di la palabra, y mi criado sanará.

El centurión podría haber acudido a Esculapio, el dios romano de la curación, o podría haber ido a rezar al templo de Apolo el dios de la medicina, pero acudió a Jesús, fue a la fuente verdadera.
Sabía quién era Jesús, creía en Jesús, confiaba en su voluntad y poder para sanar y por eso se acercó a él.
Ni siquiera fue a una sinagoga, aunque había construido una para los judíos. Sabía lo que quería, sabía que estaba disponible y sabía quién podía suplirlo.
Jesús inmediatamente responde al pedido del centurión.
La fe lo atrae, lo mueve, lo maravilla.
Lo mismo sucederá en su vida cuando acuda a él con fe.
Note que el centurión le sugiere a Jesús cómo sanarlo.
En su profunda fe y humildad le dice que ni siquiera es necesario que vaya hasta su casa, sino que solamente diga la palabra, que declare la promesa y sería suficiente.
Jesús podría haber dicho: “Amigo, aquí el que dice como hacer las cosas soy yo, voy a poner mi mano en la parte enferma, voy a decir tal y cual cosa y entonces se sanará.
Usted pídame, pero déjeme a mi hacer el trabajo a mi manera”. Sin embargo Mateo registra otra cosa:



Mateo 8:10,13

10 Al oírlo Jesús, se maravilló, y dijo a los que le seguían: De cierto os digo, que ni aun en Israel he hallado tanta fe.
13 Entonces Jesús dijo al centurión: Ve, y como creíste, te sea hecho. Y su criado fue sanado en aquella misma hora.

Siempre me llamó la atención este relato, Jesús no sólo honró la fe del centurión en cuanto su petición sino incluso en cómo llevarlo a cabo. Jesús hizo lo que el centurión dijo.
No fue a la casa como pensaba hacer, sino que dijo la palabra tal como el hombre le sugirió.
Yo pensaba que todo tenía que ser como Jesús dice, pero aquí veo que se hace como el que pide dice.
Todo lo que el centurión pidió fluyó de un corazón lleno de fe, a tal punto que maravilló al hombre más grandioso en fe que haya caminado sobre la tierra.
Si Maradona se maravilla de una jugada mía, seguramente que tiene que ser muy, pero muy buena.
Este hombre le causó sorpresa con su fe al varón de fe de todo el universo.
El punto que quiero destacar aquí, es que Jesús no espera que seamos guiados por él en todos y cada uno de los aspectos que hacen al recibir las promesas, espera que participemos con nuestra iniciativa, que seamos artífices de lo queremos, siempre y cuando fluya con la voluntad de Dios y él lo honrará haciendo lo que decimos.
Nos encontramos diciendo: “Señor, haz tu voluntad en mí”.
Eso está muy bien, pero ¿qué sucede si nos pasamos toda la vida en esa postura, esperando que el Señor haga su voluntad en nosotros?
¿No será que él está esperando que le digamos qué es lo que queremos para honrar nuestra fe?
Le preguntamos: “Señor ¿Qué quieres para mi vida? Y el Señor nos responde: “¿Qué es lo que quieres tú?”, y tal vez nos encontremos con que en realidad no lo sabemos con claridad.
Aquí es donde debemos comenzar a trabajar en nuestro corazón considerando la Palabra de Dios para decidir que es lo que realmente queremos.
Cuando lo sepamos, si fluye con la voluntad de Dios, es hora de ponerse en marcha, el Señor honrará la acción de fe.
Queremos un trabajo y decimos, “cualquier cosa Señor, lo que tú quieras”.
Falta compromiso, falta involucramiento.
El Señor dice: “Yo quiero que trabajes, pero en lo que quieres trabajar te pertenece, ve a buscar lo que quieres y yo estaré allí para suplir lo que necesites”.
Disfrazar la flojera en la fe con una capa de obediencia abnegada y pasiva, no es el ejemplo que vemos de la gente de fe en la Biblia.
Queremos servir en la Iglesia y oramos: “lo que sea Señor, lo que tu quieras”.
Pero no es una declaración comprometida, estamos poniendo en manos del Jesús lo que debe estar en las nuestras.
Decidamos en primer lugar si realmente tenemos el compromiso de servir, decidamos donde queremos servir, y hagámoslo, el Señor honrará la acción de fe.
Tenemos mandamientos y promesas para el servicio, Dios ya nos ha dado su “si” en Cristo, ¿qué más quiere el Padre que lo sirvamos?
Lo que debemos revisar es si existe nuestro propio compromiso, de ser así, involucrarnos con él, llamar la atención de Jesús, asumir riesgos si fuera necesario, y Jesús estará allí para darnos conforme a nuestra fe como lo hizo una y otra vez con los que acudieron a él.
Más aún, Cristo ya nos revistió de todo lo necesario para el servicio, ya hizo de nosotros ministros suficientes para la gran obra que quiere llevar adelante en el mundo, es sólo cuestión de aplicar los principios de fe, estirar la mano, y nos será hecho lo que anhelamos conforme a la voluntad de Dios.
El principio inmutable de fe de claridad nos dice que si queremos recibir de Jesús, necesitamos en primer lugar estar claros en las promesas y los mandamientos de Dios, ¿qué es lo que Él quiere? Y en segundo lugar estar claros en cuanto a nuestra propia voluntad ¿qué es lo que yo quiero?
Jesús no dio por sentado que la gente que venía a él, quería ser sana, libre, salva; les preguntó que querían antes de ministrarles.
A Bartimeo el ciego le dijo: ¿qué quieres que te haga?; al paralítico de Betesda: ¿quieres ser sano?; a los discípulos de Juan que lo siguieron al comenzar su ministerio les preguntó: ¿Qué buscáis?.
Para finalizar un buen ejercicio que puede hacer es tomar papel y lápiz y dejar por escrito para usted mismo, las siguientes preguntas y sus respuestas:


1. ¿Qué quiero para mi vida:

a) laboral

b) familiar

c) espiritual

d) de servicio en la Iglesia?

2. ¿Fluyen mis deseos con la voluntad de Dios reflejada en sus promesas?
3. Si fluyen con su voluntad, la tercera pregunta es: ¿Cuáles son los mandamientos que debo aplicar que abren las ventanas de los cielos para que Dios cumpla su promesa en mi vida?

Creer es algo práctico, que tiene estructura, no es simplemente esperar que pasen ciertas cosas pasivamente, se trata de conocer los principios involucrados y aplicarlos.
Creer no depende ni remotamente del azar, depende de la acción comprometida del que cree y del poder de Dios liberado por esa fe.

By Pablo Seghezzo
http://www.reconciliar.org

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